domingo, 30 de mayo de 2010

Destino

Esta semana fue el final de LOST. Lo vi en la transmisión directa, lo vi en la repetición y he  visto muchas veces más vía youtube los fragmentos que me parecieron más significativos. Tras haber visto varias veces esas escenas, creo haber entendido porqué me gustaba tanto la serie. No es solo que los personajes estuvieran tan perfectamente delineados y que las confrontaciones entre ellos provocaran una tensión permanente. No es tanto que las actuaciones, los escenarios, las vueltas de la trama y los saltos en la narración generaran la merecida admiración de los espectadores, entre ellos yo, por supuesto. Hay algo más, algo más importante que todo lo anterior. Y ese algo es una cuestión. Una cuestión primordial para los personajes pero sin duda también para nosotros los seres tangibles. Sin duda porque dicha cuestión es fundamental para nosotros, es que resulta también fundamental para los personajes. ¿Existe el Destino? ¿Estamos cada uno de nosotros destinados a hacer algo? ¿Es en función de ese destino que todos los absurdos de la vida dejan de parecer tal cosa? ¿Y si existe ese destino, y si todo está escrito, qué papel juegan nuestras decisiones, nuestro libre albedrío?. 
Aunque en el discurso ideológico hoy a nuestro mundo lo gobierna la razón, en la práctica no hemos ido más allá de los griegos: nos gusta creer que existe un Destino. Y en lo que se refiere a nuestros ideales de justicia tampoco hemos avanzado nada desde la Edad Media: nos gusta creer que hay un más allá en donde todo lo que vivimos aquí tiene una recompensa, un lugar al cual hemos de llegar a hacer cuentas.
LOST y su final revelan que esas siguen siendo nuestras creencias, y por eso el final gusta tanto. Apela a nuestros mitos, a lo profundo y más sedimentado de nuestra civilización. Es por ello que aunque yo me considere un hombre moderno, un hijo de la razón, en el fondo sé que esas son patrañas. Soy otro pobre tipo primitivo que sueña con que las cosas tienen una coherencia, con que hay un Destino. Y que aunque ese Destino resulte incomprensible, cumplirlo vale la pena porque hay una recompensa. 
Nada me consta que sea así. Mi razón me dice, una y otra vez, que la vida no tiene un sentido trascendental. La realidad me escupe a la cara, me abofetea y me grita que no hay un motivo, que nada tiene sentido, que no existen ni la justicia ni el más allá.
Pero me gustaría que no fuera así. Y por ello me conmueve que para los personajes de LOST las cosas sean distintas. Para ellos al final hubo un sentido, una causa, una razón, justicia y una recompensa. Al menos para ellos el Destino sí existe



sábado, 15 de mayo de 2010

Déficit de tiempo

Fue esta mañana. Iba conduciendo rumbo al deportivo mientras intentaba, a cada luz roja, leer una revista literaria. El texto en cuestión era estupendo porque hablaba del tráfico, de la ciudad que es un parche sobre otro parche sobre otro parche sobre un lago que se secó. Leía avanzando apenas una línea, apenas dos líneas antes de que llegara de nuevo la luz verde y debiera avanzar. Fue en ese momento que pensé el tiempo nunca alcanza. Vaya, eso no es ninguna sorpresa, al menos para mí. Es algo que sé muy bien porque lo padezco, padezco de déficit de tiempo. Pero esta vez fue distinto, lo reflexioné distinto. Me vi de pronto conduciendo a las 10 de la mañana del sábado, rumbo al primero de mis tres compromisos auto impuestos para la primera parte de este día, me vi pensando en lo pesada que había sido la semana; en que todos los días son largos pero insuficientes, me vi proyectando las tareas de la semana que sigue, las del trabajo y las personales. Me vi haciendo planes para una serie de cosas que no sé cómo lograré completar en el futuro si nunca me alcanza el tiempo. Me vi, por último, haciendo ese ridículo y peligroso intento de recuperar un poco de tiempo intentado leer una revista literaria durante los segundos que dura la luz roja de un semáforo.
Déficit de tiempo. Supongo que este mal lo comparto, por lo menos, con todos los que trabajan en un horario de oficina, en oficinas que están lejos. Personas que vamos por la noche a clubes deportivos que quizá no están muy lejos, pero que se vuelven lejanísimos, casi inalcanzables en las horas de tráfico (las horas en las que todos salimos de nuestras lejanas oficinas). Lugares a los que, no obstante, decidimos ir porque si no hacemos un poco de ejercicio habremos de reventar por el estrés que ocasionan el tráfico y el déficit de tiempo.
Ojalá el tiempo para vivir se pudiera adquirir como el tiempo aire del celular. Podrías ir al Seven Eleven, comprar tus cigarros, un agua o un chocolate y en la caja pedirías Tiempo Aire Vida. ¿De cuánto la tarjeta?. Hay de media hora, una hora, dos horas y cinco horas. Deme la de 5 horas por favor. Terminas de pagar y ya está. Son, por ejemplo las cinco de la tarde y no las diez de la noche. No obstante ya terminaste todos tus pendientes. Ya fuiste al trabajo, ya fuiste al ejercicio, ya comiste, ya te desplazaste de aquí para allá y de allá para acá. Y tienes para ti solo, para ti nada más, para tu deleite personal, para tu ocio o lo que sea 5 horas libres, 5 horas totalmente libres. Pero ¡oh no! la realidad es, como siempre, bien distinta. El tiempo no se puede comprar, el tiempo no alcanza y hay que hacer malabares para estirarlo un poco. La opción sería lo de pensar bien qué chingados quiere uno hacer con el poco tiempo que tiene libre y "establecer prioridades". Pero ¿es posible eso?. Hacer una lista de lo que quieres hacer y enfocarte exclusivamente en ello. No, yo no podría. Me distraería sin duda. Y en caso de lograrlo se irían a la chingada todas esas posibilidades que ofrece el azar en su infinita sabiduría.
No puedo establecer prioridades, ni siquiera puedo completar una lista de asuntos pendientes. Hoy quiero una cosa y la inicio y como soy un tipo obsesivo termino esa cosa que empecé, sin importar que en el camino haya iniciado otra cosa o serie de cosas, ni que previamente ya me haya comprometido con otras tantas. Hago todas a la vez y las hago bien. ¿Cuando dejaré de interesarme por nuevos asuntos?. Ahora está lo de siempre, el trabajo y sus avances, el atletismo y la lectura. Pero ya veo venir la escuela, y la otra escuela, y el club de lectura y quién sabe cuantas cosas más. Pero si ahora mismo ya tengo déficit de tiempo ¿cómo haré lo que sigue? ¿o qué tengo que sacrificar?. No lo sé ¿será por esta falta de tiempo que no tengo novia? ¿O es más bien que si tuviera novia no me metería en tanto asunto que me deja con tan poco tiempo?
Me gusta pensar que ante tantas tareas uno se vuelve más eficiente, como uno de esos celulares que rinden muchas horas encendidos sin que los tengas que conectar a la corriente eléctrica. Me gusta pensar que algún día me volveré más sensato y estableceré las prioridades como ahora simplemente no puedo. Me gusta, en el fondo, este estrés de las prisas, de las llamadas mientras caminas, de las conversaciones mientras comes, de la socialización virtual mientras trabajas, de la lectura de una revista literaria mientras esperas el cambio de luz de un semáforo

miércoles, 12 de mayo de 2010

¿Quién escribe esto?





Hace mucho, en un tiempo ahora lejano, tuve un blog. Antes, en otro tiempo aún más lejano, escribía en cuadernos. El blog lo borré. Eliminado por siempre, hasta nunca. Los cuadernos los destruí. A la basura, adiós. Nunca me gusta lo que escribo. Cuando lo estoy escribiendo sí, me gusta, me encanta, me enamoro del texto en cuestión pensando "éste sí está bueno, este sí me está quedando bien, éste sí vale la pena". Soy ingenuo. Luego releo el texto y me parece pésimo o cuando menos mediocre y me deshago de él. En el tiempo del blog, a fuerza de intentos, salían textos satisfactorios cada cierto tiempo. Pero luego vinieron los lectores y todo se jodió. No por culpa de los lectores, por supuesto. El que escribe quiere que lo lean, así es que tener lectores debía ser por principio algo bueno. El problema fue querer satisfacerlos, y con ello el sentido de los textos, el sentido mismo de escribir se desvirtuó. Escribía desde voces que no eran la mía. Inventaba cosas, exageraba otras tantas. Entiendo que la literatura es así. Una variante de la realidad. El desarrollo de una historia que nunca ocurrió. La historia sobre la posibilidad de un sueño. Y está chingón, muy chingón. Pero la voz no era la mía. Al menos esa impresión tenía, era desagradable y por eso el blog se terminó

Años después he aprendido que lo más complicado en la vida es conocerse a uno mismo. Conocerse de verdad. Y he practicado muchos métodos para "leerme" de una manera más asertiva. El más fregón de esos métodos es correr. Corriendo no hay pierde. El cuerpo te habla, tu mente calla y obedece. Conoces tu conducta por medio del dolor del cuerpo. Tu mente se enfoca en un objetivo y desarrolla (o no), lo que se requiere para correr. Disciplina, voluntad, método, perseverancia, humildad y coraje a la vez, paciencia. Largo etc. También he meditado. En ello llevo poco tiempo y no puedo aún expresar aquí sus efectos sin caer en un lugar común. En un cliché de pseudo orientalista wannabe muy a la mexicana. Don't. 
Escribir es sin duda el método más difícil y retorcido para conocerse. Mientras uno escribe se pierde en laberintos y puede muchas veces salir por una puerta desconocida. Pero ahora creo que puedo hacerlo mejor. También estoy seguro de que cada entrada cambiará en su estilo de acuerdo a lo que me encuentre leyendo. Eso no lo puedo evitar aún. Si leo a Mishima soy un poco Mishima al escribir. Y si leo a Fadanelli, que es evidentemente todo lo contrario a Mishima, entonces soy Fadanelli (qué horror).
Ya veremos quién escribe esto en la siguiente ocasión