viernes, 30 de marzo de 2012

Nicolás

Y al final, como ocurre en el tipo de historias que nos gusta escuchar, todo salió bien. Aunque claro, este no es un final de una historia, sino su contrario. Es el inicio. El inicio de una vida.
Lo que terminó fue la espera, ese periodo de incertidumbre, que sin duda, muchas parejas disfrutarán. No nos ocurrió así a nosotros. Quizá sea por eso que en estos primeros días la emoción de conocer y estar con nuestro hijo ha sido sobrecogedora, abrumadora, total.
Ahora hace poco más de una semana que nació Nicolás y pareciera que ya hay material para contar decenas de historias. La experiencia de la cesárea, el momento en que nació y por fin  le conocimos, los dos días de hospital, nuestra primera noche con él, nuestras primeras angustias cuando una noche lloró durante horas por un cólico (que, desde luego, no supimos identificar). Nuestros primeros momentos de desesperación, nuestras caras de desvelados, el momento en que nos sonreímos satisfechos al descubrir que bañarlo era fácil. Las muchas veces en que, ya tan pronto, me ha hecho llorar porque sí, porque estoy conmovido. Porque  me asombra haberme convertido en padre. Porque esta emoción que siento es enorme y bella. Porque sin duda todo esto es una experiencia de amor, aunque a veces pienso que la palabra amor se queda corta para describir lo que he sentido, por él y por Alina, en tan pocos días. Y esto apenas es el inicio de una larga historia.


En la foto, Nicolás a los 3 días de nacido, tomando su primer baño de sol. Ternurita.



lunes, 19 de marzo de 2012

Némesis



A finales del año pasado el suplemento Babelia de El País, publicó su conteo de las mejores novelas del 2011. En segundo lugar, apenitas atrás de Los enamoramientos del insuperable Javier Marías, estaba Némesis, del norteamericano Phillip Roth. Ese fue el pretexto perfecto para leer a un autor que, desde hace mucho, me llamaba la atención leer.
No puedo decir que la prosa me haya fascinado (cosa que ocurre siempre con Marías), pero sí, en cambio, que el argumento es profundo y realista, doloroso y a la vez conmovedor. 
Un pueblo cualquiera de la Unión Americana es azotado por una epidemia de polio, al mismo tiempo que está transcurriendo la Segunda guerra mundial. La narración se centra en un hombre joven judío que está frustrado por no haber podido sumarse a filas. Este hombre es, además, huérfano y labora como entrenador deportivo de los niños que, prontamente son víctimas -y a su vez el centro- de la epidemia. En medio de tal situación, el hombre no puede hacer otra cosa que cuestionar a Dios, sus intenciones y su bondad. Sigue creyendo en él pero para odiarlo, para culparlo. Supongo que por eso la novela se llama como se llama. Hay una reflexión, cercana al final, acerca de la posición que ante las tragedias podemos asumir. En esta reflexión no se cuestiona a Dios, sino a la creencia o el tipo de creencia que podemos tener acerca de él. Tener una idea de un Dios que nos premia o castiga es infantil. Las cosas no pasan para satisfacernos. Ni lo contrario. Las tragedias le pasan a cualquiera y nadie de nosotros es tan especial como para que le ocurran en exclusiva, o con exclusiva insistencia. Esta parte final, en la que además la narración adquiere un ritmo más veloz, es la que más me ha gustado. Dudo que otros autores puedan tratar un tema tan espinoso como lo es la moralidad de Dios, de una forma tan íntima, certera, concisa y breve.
Por último pero de la mano, he pensado en lo afortunada que es la época que nos ha tocado vivir, lejos de esas epidemias y de la muerte constante, rodeándonos. Cada época tiene sus dificultades, sí, pero los sufrimiento de quienes vieron morir a su hijos o iguales por enfermedades espantosas como la polio o por la guerra, no creo que puedan comparare con los nuestros, los que estamos en perfecta salud, cómodamente escribiendo o leyendo esto frente a un monitor.

viernes, 16 de marzo de 2012

La función está por comenzar

Unos días, unos días nada más. Dentro de unos pocos días voy a convertirme en padre. Dicen que, a diferencia de la madre, el padre no termina de conectar con el bebé sino hasta que lo mira y lo toca, hasta que lo tiene en sus brazos y al conocerlo lo reconoce. Hasta que el bebé ya está aquí. No lo dudo. No dudo que la experiencia de la paternidad es tal sí, y sólo sí, hay involucramiento. En ese sentido, muchas personas procrean pero nunca se convierten en padres porque nunca se involucran con sus hijos. Lo contrario y deseable es que la responsabilidad con el hijo sea permanente, una cosa para siempre aunque no siempre sea igual, aunque, por fuerza y necesidad cambie de forma.


Pero esas cosas aún no las sé, sólo las supongo pero no las sé porque no las he vivido. Las he leído o imaginado o he creado historias a partir de lo que escucho o creo que escuché. La vida mental se construye de creencias, no de hechos. Creo que la paternidad aún no comienza pero entonces ¿qué han sido estos ahora casi nueve meses?. Si aún no soy padre, pero tampoco soy el mismo tipo solo y totalmente independiente que era antes ¿entonces qué he sido durante este tiempo?. Creo que he comenzado a ser padre, que he estado ensayando actitudes, formas y rutinas propias y necesarias para ser padre, pero tal experiencia aún no se concreta ni define, aún no es visible ni tangible pero ya es real. Esto es como el ensayo de una obra que se estrenará en grande.


Y el telón está ahora por levantarse, dentro de muy poco, unos días nada más. Que comience la función.